Crisis es igual a ERE o Esclavitud
La palabra inventada por los Políticos y Economía
Mundial
El modo de producción esclavista
es propio de un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas netamente
preindustrial. El capital es escaso, no habiendo incentivos para la inversión
aunque se amasen inmensas fortunas (se acumulan objetos de lujo, propiedades
inmuebles y esclavos, no interesando los bienes de producción como maquinaria);
las técnicas son muy rudimentarias y tradicionales, no habiendo incentivo para
mejora aunque pueda haber un espectacular desarrollo intelectual precientífico
(la filosofía clásica). Tierra y trabajo son las fuerzas productivas
fundamentales.
En el modo de producción
esclavista, la fuerza de trabajo está sometida a esclavitud, es decir: no es
propiedad de los trabajadores que por tanto no tienen que ser retribuidos (los
proletariados del modo de producción capitalista poseen al menos su fuerza de
trabajo y han de ser retribuidos con el salario). La reproducción de la fuerza
de trabajo queda así como responsabilidad del propietario del esclavo, que por
su propio interés alimenta e incluso incentiva a la reproducción biológica de
sus esclavos (a diferencia de los esclavos, los proletarios han de encargarse
de ello por sí mismos con la retribución salarial que reciben por su trabajo).
En el modo de producción esclavista, las relaciones sociales están basadas en
la propiedad y el derecho, que convierten a unas personas en libres y otras en
esclavas (en el modo de producción feudal, la propiedad y el derecho, más bien
derechos y privilegios en plural, son términos confusos que señores y siervos
comparten). El interés en la mejora de la producción corresponde únicamente al
propietario, pues el esclavo no se beneficia ni se perjudica directamente por
una mejor o peor cosecha (en el modo de producción feudal ese interés
corresponde al siervo y en el capitalista al empresario capitalista).
Si eso parece estar en
contradicción con la existencia de esclavos hasta el siglo XIX en los Estados
del sur de los EE. UU., por poner un ejemplo muy conocido, se debe dejar claro,
por un lado, que no hay que confundir modo de producción esclavista con
esclavitud, que es tan antigua como la historia y continuó existiendo en todo
el mundo después de que el esclavismo fuera el modo de producción dominante,
sobreviviendo hasta que el movimiento abolicionista la consideró una situación
socialmente inaceptable. Aún hoy en día reaparece en algunos lugares de
África[cita requerida]. Por otro lado, hay que dejar claro que distintos modos
de producción pueden (de hecho, suelen) coexistir al mismo tiempo combinándose
en una formación económico social concreta.
Historia del modo de producción
esclavista
El modo de producción esclavista
fue el componente esencial de la formación económico social de la civilización
grecorromana y lo que le proporcionó la base tanto de su éxito como de su
crisis. La historiografía materialista insiste en la originalidad de ese hecho
y su trascendencia (Perry Anderson).
La esclavitud ya había existido
en formas diferentes en las civilizaciones del antiguo Oriente, pero siempre
había sido una condición jurídicamente impura, que con frecuencia tomaba la
forma de servidumbre por deudas o de trabajo forzado, entre otros tipos mixtos
de servidumbre, y formando sólo una categoría muy reducida en un continuo de
dependencia y falta de libertad que llegaba hasta muy arriba en la escala
social. La esclavitud nunca fue el tipo predominante de extracción de
excedente, sino un fenómeno que existía al margen de la principal mano de obra
rural. Los imperios fluviales (Mesopotamia, Egipto), basados en una agricultura
intensiva y de regadío que contrasta con el cultivo de secano de la
civilización mediterránea grecorromana, no fueron economías esclavistas, y sus
sistemas legales carecían de una concepción estrictamente definida de la
propiedad de bienes muebles.
Las grandes épocas clásicas:
Grecia en los siglos V y IV a. C. y Roma desde el II a. C. hasta el II d. C.
fueron aquellas en las que la esclavitud fue masiva y general entre los otros
sistemas de trabajo. La decadencia de la esclavitud, en el Helenismo o en la
Roma de la crisis del siglo III, significó la decadencia de ambas culturas
urbanas. El predominio de la ciudad sobre el campo se invierte cuando el modo
de producción esclavista es sustituido por el modo de producción feudal.
Grecia
Las polis griegas fueron las
primeras en hacer de la esclavitud algo absoluto en su forma y sobre todo
dominante en su extensión, convirtiéndola un sistemático modo de producción.
Eso no quiere decir que el mundo griego clásico se basara de forma exclusiva en
la utilización del trabajo de esclavos: los campesinos libres, arrendatarios y
artesanos urbanos siempre coexistieron con los esclavos; pero el modo de
producción dominante, que rigió la articulación de cada economía local y
definió la civilización griega fue el esclavista.
Las estimaciones numéricas son
poco fiables y varían enormemente. En la Atenas de Pericles la proporción
esclavos/ciudadanos libres era quizá de 3 a 2. En otras polis (Quíos, Egina,
Corinto) probablemente más. Aristóteles daba por supuesto la necesidad de
esclavos en abundancia y Jenofonte proponía como proporción ideal 3 a 1. Lo
verdaderamente importante es que por primera vez los esclavos fueron utilizados
de forma habitual en la artesanía, la industria y la agricultura en escala
superior a la utilización doméstica, propia de una concepción menos utilitaria
y más de ostentación.
Al tiempo que la esclavitud se
hacía general, la naturaleza de la esclavitud se hacía absoluta: ya no
consistía en una forma relativa de servidumbre entre otras muchas, a lo largo
de un continuo gradual, sino en una condición extrema de pérdida completa de
libertad, que se yuxtaponía a una libertad nueva y sin trabas. La libertad y la
esclavitud helénicas eran indivisibles: cada una de ellas era la condición
estructural de la otra, en un sistema diádico que no tuvo precedente ni
equivalente en las jerarquías sociales de los imperios del Oriente Próximo, que
no conocieron ni la noción de ciudadanía libre ni la de propiedad.
Roma
Las guerras interiores y
exteriores a partir de finales del siglo III a. C. (Guerras Púnicas, guerra
social y guerra civil) pusieron bajo el control de la oligarquía senatorial
grandes territorios, de forma especial en el sur de Italia. Al mismo tiempo
acentuaron dramáticamente la decadencia del campesinado romano, que en otros
tiempos había constituido la sólida base de pequeños propietarios de la
pirámide social de la ciudad. La movilización sin fin agotó a los assidui,
llamados año tras año a la legión. Los que no morían eran incapaces de
conservar sus tierras, absorbidas por la nobleza ecuestre y senatorial. Del año
200 al 167 a. C., el 10% o más de todos los hombres libres y adultos de Roma
estuvieron alistados permanentemente en el ejército. Este gigantesco esfuerzo
militar sólo era posible porque la economía civil en la que se apoyaba podía
funcionar hasta ese punto gracias al trabajo de los esclavos, que liberaba las
correspondientes reservas de mano de obra para los ejércitos de la República. A
su vez las guerras victoriosas proporcionaban más cautivos-esclavos para enviar
a las ciudades y las fincas de Italia.
El resultado final fue la
aparición de unas propiedades agrarias, los latifundios cultivadas por
esclavos, de un tamaño hasta entonces desconocido. Los mayores podían alanzar
más de 80.000 hectáras. Incluso siendo dispersos, sus fincas individualizadas
solían superar los 500 iugera (120 hectáreas) y no eran raros tamaños diez
veces superiores. Aumentó la combinación del cultivo de vid y olivo con el de
los cereales, y la superficie dedicada a la ganadería. La comercialización
estaba asegurada por las vías terrestres (calzada romana) y las rutas marítimas
de un Mediterráneo pacificado que llevaban la producción a las ciudades, la
mayor la propia Roma. A larga distancia las grandes metrópolis de Oriente
proporcionaban un comercio de lujo.
A finales de la República quizá
el 90% de los artesanos de Roma eran de origen esclavo. Se calcula que en el
225 a.c. habría en Italia 4.400.000 personas libres frente a 600.000 esclavos.
En el año 43 a.c. la población libre no habría crecido, mientras que los
esclavos serían 3.000.000 (cinco veces más que en la fecha anterior).
La crisis del modo de producción
esclavista
La pax romana de Augusto y el
Imperio no podía significar el fin del expansionismo militar, pues si se
acababa el mecanismo antes descrito (conquistas que proporcionen esclavos, que
sustituyan a campesinos libres para que puedan convertirse en ciudadanos con
obligaciones militares que vayan a conquistar más esclavos) el sistema entero
caería. El siglo II, en que los emperadores de la dinastía Antonina combaten
eficazmente en una frontera cada vez mejor definida, ve la última conquista de
una provincia: la Dacia en tiempo de Trajano. La crisis del siglo III, con su
correlato de invasiones, anarquía militar y crisis ideológica que conlleva la
expansión y posterior triunfo del cristianismo es en lo económico la crisis del
modo de producción esclavista. Los latifundios empiezan a ser cultivados por
colonos semilibres, y los esclavos escasean. No se reproducen fácilmente, no se
adquieren por conquista (los bárbaros están pasando a ser la fuerza principal
del ejército romano), e incluso son liberados, a veces por motivos piadosos, lo
que no oculta el interés que los propietarios tienen de convertirse en algo
parecido a lo que serán los señores feudales. Las reformas de Diocleciano
salvan el Imperio un siglo más, pero empujan el sistema en un sentido
definitivamente feudal (los cargos públicos y oficios deben heredarse, la
presión fiscal hace opresiva la vida urbana). La ciudad decae, al igual que la
ciudadanía romana se extiende y deja de ser atractiva (Caracalla la había
concedido a todos los hombres libres). Ciudadanía y libertad son conceptos que
se han devaluado definitivamente. Cuando ser libre ya no signifique nada, nada
significará ser esclavo. Son otras relaciones de producción.
Existe un intenso debate entre
historiadores respecto a la cronología, las causas y las formas en que se
produjo la transición entre el modo de producción esclavista y el modo de
producción feudal, o transición entre esclavismo y feudalismo. La posición más
clásica del materialismo histórico, empezando por la del propio Karl Marx, es
situarlo en fechas tempranas, en la época de las invasiones bárbaras del siglo
V; la historiografía materialista de mediados del siglo XX, como Perry
Anderson, realiza una inclusión más sofisticada en un proceso de transición
secular identificable con toda la Antigüedad tardía en Europa Occidental (desde
la crisis del siglo III hasta el periodo post-carolingio -siglo IX-)1 y por
otro lado autores vinculados a la francesa Escuela de Annales como Georges Duby
o Pierre Bonnassie, apoyados en una ingente documentación, demuestran
pervivencias fundamentales del esclavismo en la Alta Edad Media, hasta el siglo
XI, en medio de la llamada revolución feudal. Según este último autor el auge
del esclavismo se daría en el siglo VII.2
Crisis social y económica del
siglo XVII.
Se caracterizó porque la
población registró un importante retroceso. Las causas fueron: 1- Migración al
nuevo continente. 2- Bajas ocasionadas por las guerras. 3- Expulsión de los
moriscos. 4-Conjunto de pestes y epidemias. La agricultura empeoró dando lugar
a el hambre, la guerra y las epidemias. Muchos campesinos abandonaron las
tierras para irse a las ciudades para vivir como pícaros o mendigos. La
ganadería vio cómo se reducía el número de cabezas de ganado, debido a la
sequedad de los pastos y de la destrucción provocada por las diversas guerras
peninsulares. La industria y el comerció disminuyó y el resultado de un aumento
de los gastos de la Corte redujo, por agotamiento de muchas minas, la llegada
de oro y plata americanos. La Hacienda Real se declaró en bancarrota en varias
ocasiones.
Hubo un modelo social de tipo
nobiliario en el que los capitales se dedicaban a la compra de tierras, casas o
gastos suntuarios. Frente a unos pocos privilegiados existía una enorme masa de
población empobrecida: Los campesinos habían perdido sus tierras., los
artesanos se habían empobrecido por la competencia extranjera y los hidalgos
apenas podrían sobrevivir con sus tierras y todos acababan en la mendicidad.
Sólo la Corona de Aragón sufrió menos la crisis. Reorientaron su comercio con
la creación de compañías comerciales textiles.
Interpretación
La crisis del siglo XVII puede
interpretarse (Maurice Dobb) como el momento clave en la transición del
feudalismo al capitalismo, puesto que los países que salen reforzados de ella
(fundamentalmente Inglaterra) se encaminan al proceso que comienza con la
Revolución burguesa y que en el siglo XVIII les llevará a la Revolución
industrial; mientras que los países que salen en peores condiciones de ella
(fundamentalmente España o lo que más precisamente podríamos llamar la
Monarquía Católica de los Habsburgo) pierden la posición de centralidad que
hasta entonces habían tenido en la Civilización Occidental.
El eje de la civilización se
desplaza
El desplazamiento de las rutas
comerciales del Mediterráneo al Atlántico no es un proceso nuevo, y podría
rastrearse desde la Edad Media, pero el cambio del eje entero de la
civilización en beneficio de la Europa Noroccidental queda fijado decisivamente
con esta crisis. Es significativo el auge de plazas como Londres y Ámsterdam en
perjuicio de Sevilla o Lisboa (también atlánticas y que a su vez habían
sustituido a las mediterráneas Génova y Venecia en el siglo XVI). El punto de
inflexión quizá fue el saqueo de Amberes de 1576, o la sucesión de victoria en
Lepanto ante los turcos y derrota sin paliativos de la Armada Invencible de
Felipe II ante Inglaterra.
Lo que hasta entonces había sido
la principal amenaza para la Europa cristiana, el Imperio Turco, queda relegado
a una posición periférica (en claro retroceso desde el fracaso del sitio de
Viena de 1683). Lo que era su centro, Italia y sus rutas hacia Flandes por
Alemania, está entre las zonas en mayor declive. La Francia que sale de la
Fronda y la minoría de edad de Luis XIV, en cambio, es la potencia emergente en
Europa, bien desde el tratado de Westfalia de 1648 (que modernizó las
relaciones internacionales), o desde la paz de los Pirineos de 1659. Queda en
evidencia la Decadencia española.
Lo que debió ser para los
perdedores puede adivinarse sólo con ver que los ganadores han tenido que pasar
un siglo temible: Inglaterra sufre mortíferas pestes, guerras exteriores (con
Holanda, con Francia, con España...), la guerra civil entre Parlamento y Rey,
la ejecución de éste (la primera de un rey por su propio pueblo), la dictadura
de Cromwell y las disensiones religiosas (puritanos, anglicanos, católicos...),
el Gran Incendio de Londres (1666)..., hasta cerrar el siglo con la Revolución
Gloriosa.
Crisis española de 1917
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Artículo destacado
Crisis de 1917 es el nombre que
se da por la historiografía española al conjunto de sucesos que tuvieron lugar
en el verano de 1917 en España, destacadamente tres desafíos simultáneos que
hicieron peligrar al gobierno e incluso al mismo sistema de la Restauración: un
movimiento militar (las Juntas de Defensa), un movimiento político (la Asamblea
de Parlamentarios que tuvo lugar en Barcelona convocada por la Lliga
Regionalista), y un movimiento social (la huelga general revolucionaria).
Coincidieron con una coyuntura internacional especialmente crítica en ese mismo
año, posiblemente uno de los más cruciales en toda la Historia. En cambio, la
historiografía mundial no suele emplear el nombre de crisis para este periodo,
reservándolo para algunas cuestiones puntuales relacionadas con la Primera
Guerra Mundial: la crisis de reclutamiento en Canadá1 y la crisis de
construcción naval en Estados Unidos.2 Hay que recordar que España en la
Primera Guerra Mundial se mantuvo neutral durante todo el conflicto.
Coyuntura internacional
El Slava, barco de guerra ruso,
inutilizado por los alemanes en el Báltico, octubre de 1917.
En Rusia, la Revolución de
febrero de 1917 había derribado la autocracia zarista, y el gobierno de
Kerenski intentaba construir un sistema democrático al tiempo que continuaba la
guerra contra los Imperios Centrales (desastrosa en términos militares,
económicos y humanos, y cada vez más impopular). El descontento creciente
estaba siendo aprovechado por los bolcheviques (se produce el famoso viaje de
Lenin que atraviesa Europa en un vagón sellado), que alcanzarán el poder en la
Revolución de Octubre del mismo año.
La Primera Guerra Mundial
atravesaba una fase de incertidumbre, pues la ventaja alemana en el frente
oriental (que en poco tiempo sería total, tras la paz por separado -Tratado de
Brest-Litovsk, 3 de marzo de 1918- negociada con los soviéticos) se compensaba
por la entrada en guerra de los Estados Unidos (6 de abril), que
desequilibraría el frente occidental.
Sin que en ese momento se
manifestaran sus efectos, en el invierno de 1917-1918 se inició lo que en el
bienio siguiente (1918-1919) se develó como la más mortífera epidemia de la
Edad Contemporánea (de hecho la última mortalidad catastrófica de la historia):
la gripe española, llamada así porque fueron los periódicos españoles, los
únicos no sometidos a censura de guerra al ser España neutral, los primeros en
hablar de ella. El número de muertos (entre 50 y 100 millones) superó
ampliamente a los causados por la guerra; pero ésta, en gran medida, contribuyó
a expandir la epidemia por todo el mundo a una escala y velocidad nunca antes
experimentadas. Los efectos en España fueron graves: 8 millones de contagiados
y 300.000 muertos (reducidos a 147.114 en las estadísticas oficiales).3
La crisis en España
Barraca de la huerta valenciana.
Esta precaria construcción rural tradicional continuaba representando el atraso
estructural de la agricultura en España y las míseras condiciones de vida de la
mayor parte de la población, como denunciaba la novela social (Vicente Blasco
Ibáñez había publicado La Barraca en 1898 y Cañas y Barro en 1902). Los
emigrantes a las zonas urbanas e industriales -Cataluña, País Vasco y Madrid- habían
comenzado a constituir un creciente proletariado con una conciencia de clase
cada vez más organizada.
Economía y sociedad
La neutralidad española había
fomentado las exportaciones de todo tipo de productos, desde materias primas
(agrícolas y mineras) hasta ciertas manufacturas de la incipiente
industrialización -concentrada en el textil catalán y la siderurgia vasca-; y
las actividades terciarias (fletes navales y servicios bancarios). El saldo de
la balanza comercial pasó de ser negativo en más de cien millones de pesetas a
ser positivo en quinientos millones.4 La buena época para los negocios
favorecía a la burguesía industrial y comercial o la oligarquía terrateniente y
financiera, pero al mismo tiempo produjo una escalada de precios (el crecimiento
de la producción real de bienes y servicios no se traduce en aumento de oferta
interna por las exportaciones) que no iba acompañada por subidas similares en
los salarios. Mientras que los beneficios alcanzaron tasas de crecimiento
extraordinariamente importantes, descendió notablemente el nivel de vida de las
clases populares, fundamentalmente del proletariado urbano e industrial, que
aun así era el que demostró más capacidad de presión para mantener continuadas
subidas salariales. En el campo, la situación era diferente: el efecto
inflacionista era mayor, pero la disponibilidad más directa de alimentos
amortiguaba sus consecuencias para el campesinado en el caso de los pequeños
propietarios o arrendatarios (predominantes en la estructura agraria del norte
de España), que pudieron incluso verse beneficiados; pero no así, sino todo lo
contrario para los jornaleros sin tierra, la parte fundamental de la población
activa en la mitad sur de España (sobre todo en Andalucía o Extremadura). Los
resultados del proceso, visibles de forma aguda ya en 1917, fueron una violenta
redistribución de rentas a escala nacional (tanto entre clases sociales como
entre territorios), con agravación progresiva de las tensiones campo-ciudad
(éxodo rural, contraste del nivel de desarrollo entre la naciente industria y
la agricultura atrasada) y centro-periferia.5
Véase también: Historia económica
de España#Proteccionismo y consolidación de la economía española a finales del
siglo XIX y principios del XX.
Tres desafíos
Desafío militar: las Juntas de
Defensa
Se crearon las Juntas de Defensa,
un movimiento sindical militar no previsto en la legislación, en lo que era un
claro desafío al gobierno del liberal Manuel García Prieto que, impotente para
controlarlas, se vio obligado a dimitir. Su reemplazo, el conservador Eduardo
Dato, optó por legalizarlas.
Las juntas (que utilizaban un
nombre muy usual entre las instituciones españolas, y prestigiado por la
historia en la rebelión popular de la Guerra de Independencia) decían defender
los intereses de los oficiales de graduación intermedia, aunque su vocación de
intervenir en política era evidente.
Uno de los temas de mayor
capacidad movilizadora dentro del ejército había venido siendo su obsesión por
la unidad nacional, manifestada con claridad desde la agresión al periódico
satírico catalanista ¡Cu-Cut! (1905), tras la que el gobierno cedió para
contentarles con la promulgación de la Ley de Jurisdicciones, que sometía a la
justicia militar las ofensas orales o escritas a la unidad de la patria, la
bandera y el honor del ejército. La situación social de los militares era
peculiar, pues mientras sus colegas de prácticamente todo el mundo ascendían
rápidamente por méritos de guerra y por la necesidad de encuadrar gigantescas
masas de soldados, ellos se veían reducidos a la inacción, que ni siquiera
podía compensarse con los destinos en colonias, ya que se habían perdido en la
Guerra Hispano-Estadounidense de 1898. De hecho, había una verdadera
"megacefalia" (16.000 oficiales para 80.000 soldados; mientras que la
movilizada Francia disponía sólo de 29.000 para medio millón).6 Dentro del
ejército español, se veían situaciones de agravio comparativo entre los únicos
destinos coloniales (en Marruecos) y el resto. La inflación iba minando cada
vez más el poder adquisitivo de los salarios de los militares, que a diferencia
de los más flexibles contratos de los obreros, dependían de los rígidos
Presupuestos Generales del Estado.
La actividad de las Juntas empezó
en el primer trimestre de 1916 como consecuencia de unas pruebas de aptitud
para el mando, parte de un programa de modernización impulsado por el gobierno
del Conde de Romanones. Éste aceptó sus protestas en un principio, pero viendo
la peligrosidad de un movimiento cuasi-sindical en el ejército, ordenó la
disolución de las Juntas, sin ninguna efectividad.7 Aún en situación ilegal,
habían aumentado su tono desde finales de 1916, sobre todo en la muy activa
impulsora del movimiento: la Junta de Defensa del Arma de Infantería de
Barcelona, dirigida por el coronel Benito Márquez. A finales de mayo de 1917 se
produjo una enérgica reacción disciplinaria por parte del nuevo gobierno
dirigido entonces por García Prieto, a través del ministro de Guerra general
Aguilera: el arresto en el castillo de Montjuich de varios de sus miembros (dos
tenientes, tres capitanes, un comandante, un teniente coronel y un coronel
-Benito Márquez, el más visible dirigente del movimiento-). No obstante, la
constitución inmediata de una Junta Suplente, que recibió la solidaridad de las
juntas de Artillería e Ingenieros, e incluso de la Guardia Civil, en su
"respetuosa" petición de libertad para los arrestados (1 de junio),
supuso un espectacular aumento de la tensión militar, el lanzamiento de un
"órdago" que García Prieto no se vio con apoyos suficientes para
asumir (el papel del rey dada la naturaleza del asunto y su especial
vinculación con el ejército no puede obviarse). Optó por dimitir, tras lo que
Alfonso XIII encarga formar gobierno a Eduardo Dato, que consideró oportuno
ceder a las reivindicaciones militares, liberando a los arrestados y
legalizando las Juntas. Para mantener una postura firme de control de la
situación, se suspendieron las garantías constitucionales y se incrementó la
censura de prensa.8
Desafío político
Artículo principal: Asamblea de
parlamentarios.
La burguesía catalanista estaba
representada por la Lliga Regionalista, liderada por Francesc Cambó, y con una
base de poder local recientemente adquirida (la Mancomunidad catalana, surgida en
1914 por agregación de las Diputaciones Provinciales y dirigida inicialmente
por Prat de la Riba, muerto este mismo año de 1917). En vista de la crisis
abierta, Cambó exigió al gobierno la convocatoria de Cortes, que éste no
aceptó. Ante esa negativa, y la imposibilidad utilizar cauces parlamentarios
ordinarios, por la no convocatoria de sesiones del Congreso, una gran parte de
los diputados elegidos por circunscripciones catalanas (48, todos menos los de
los partidos "dinásticos"), se reunieron en la llamada Asamblea de
Parlamentarios de Barcelona a primeros de julio de 1917, que exigió la
convocatoria de elecciones a Cortes Constituyentes, de cara a una nueva
organización del Estado que reconociera la autonomía de las regiones. También
se exigían medidas urgentes en el terreno económico y militar. La conexión de
este movimiento con el descontento económico de los oficiales de rango inferior
de las Juntas de Defensa era altamente improbable, pero no podía descartarse, o
al menos el intento se explicitó en una proclama de la Asamblea, que pidió que:
El acto realizado por el Ejército el
primero de junio vaya seguido de una profunda renovación de la vida pública
española, emprendida y realizada por elementos políticos.
A pesar de no representar una
parte demasiado amplia de los diputados totales (menos del 10%), se vivía un
ambiente pre-revolucionario, que cuestionaba las bases del sistema político de
la Restauración: el turno de los partidos dinásticos que habían fundado Cánovas
y Sagasta y el predominio claro del poder ejecutivo sobre el legislativo, con
un papel arbitral del rey. La respuesta de Dato fue declarar sediciosa la
Asamblea, la suspensión de periódicos y la ocupación militar de Barcelona. A
mediados de julio, la Asamblea se volvió a reunir en el Salón de Juntas del
Palacio del Parque de la Ciudadela, con la suma de varios diputados de otras
regiones (hasta un número de 68), de partidos republicanos (Alejandro Lerroux),
reformistas (Melquiades Álvarez) y el único diputado socialista (Pablo Iglesias),
que ya estaba preparando el movimiento huelguístico previsto para el mes
siguiente. Los reunidos acordaron que era "indispensable la convocatoria
de Cortes que, en funciones de Constituyentes, puedan deliberar sobre estos
problemas [del país] y resolverlos". Pero, añadían, esas Cortes no podrán
ser convocadas por un Gobierno de partido, sino por "un Gobierno que
encarne y represente la voluntad soberana del país".9 Acordaron también
volver a reunirse el 16 de agosto en Oviedo, pero la disolución de la Asamblea
por la fuerza pública -día 19 de julio-, y los hechos posteriores lo
impidieron.10 La buscada participación o aproximación de Antonio Maura no se
produjo.11
Desafío social
Artículo principal: Huelga
general de 1917.
La ciudad de Barcelona, capital
económica de España,12 era especialmente conflictiva, como se había demostrado
en la Semana Trágica de 1909. La crisis social estaba enfrentando a un
movimiento obrero, dividido entre socialistas y anarquistas, que utilizaban
tanto métodos pacíficos (huelgas) como violentos (la acción directa de los
atentados a veces indiscriminados, como el del Liceo de Barcelona en 1893) y
una patronal que utilizaba todo tipo de tácticas (desde los esquiroles al
pistolerismo). El movimiento obrero en otras partes de España estaba menos
desarrollado, pero vio la oportunidad de aprovechar la debilidad del
enfrentamiento entre burguesía industrial y gobierno: la UGT (sindicato
socialista, más implantado en Madrid y País Vasco) convocó una huelga general
revolucionaria (agosto de 1917), que recibió el apoyo de la CNT (sindicato
anarquista, mayoritario en Cataluña). Los dos sindicatos venían aproximándose
hacia una unidad, al menos en las acciones, desde la huelga de diciembre de
1916 y el llamado Pacto de Zaragoza. El acuerdo para una huelga general fue
firmado en Madrid a finales de marzo de 1917 por los ugetistas Julián Besteiro
y Francisco Largo Caballero, y los cenetistas Salvador Seguí y Ángel Pestaña, e
incluía un extenso manifiesto:13
Con el fin de obligar a las clases
dominantes a aquellos cambios fundamentales del sistema que garanticen al
pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y de desarrollo de sus
actividades emancipadoras, se impone que el proletariado español emplee la
huelga general, sin plazo definido de terminación, como el arma más poderosa
que posee para reivindicar sus derechos.
Se llegó a negociar, ante la
oposición de los anarquistas, con partidos burgueses, destacadamente los
republicanos de Alejandro Lerroux. Se habló de la constitución de un gobierno
provisional, que hubiera tenido a la figura más moderada de Melquiades Álvarez
como presidente y Pablo Iglesias de ministro de trabajo.
La difusión de la convocatoria de
huelga incluyó alguna ambigüedad, pues si en un principio se hablaba de una
huelga "revolucionaria", en comunicaciones posteriores se insistía en
su carácter "pacífico". Sobre todo desde la UGT se intentó
conscientemente evitar las huelgas parciales, sectoriales y locales. No
obstante, el tiempo prolongado para la preparación de la huelga operó en su
contra. Las detenciones de los firmantes del manifiesto, el cierre de la Casa
del Pueblo (lugar de reuniones de los socialistas) y distintas maniobras del
gobierno hicieron que hubiera una dispersión de esfuerzos, singularmente la
huelga del sindicato ferroviario de UGT de Valencia -9 de agosto- en protesta
por las detenciones, pero con motivos laborales internos, que precipitó la suma
de las demás secciones del sindicato por todo el país entre el 10 y el 13 de
agosto.14
Aun así, al comenzar la huelga se
consiguió paralizar las actividades en casi todas las grandes zonas
industriales (Vizcaya y Barcelona, incluso algunas menores como Yecla y
Villena), urbanas (Madrid, Valencia, Zaragoza, La Coruña), y mineras (Río
Tinto, Jaén, Asturias y León); pero sólo durante unos pocos días, a lo sumo una
semana. En las ciudades pequeñas y las zonas rurales no tuvo apenas
repercusión. Las comunicaciones ferroviarias, un sector clave, no se vieron
alteradas por mucho tiempo.15
La conclusión
Alfonso XIII en uniforme de
capitán de húsares, por Joaquín Sorolla. El retrato fue pintado en 1907, diez
años antes de estos hechos, pero muestra la búsqueda de identificación del rey
con el ejército. El joven Borbón, hijo póstumo de Alfonso XII el Pacificador
(proclamado rey mediante un pronunciamiento militar tras el sexenio
revolucionario), fue coronado a su mayoría de edad (1902) y casado en 1906,
momento en que salió vivo de un atentado (la bomba arrojada por el anarquista
Mateo Morral en la Calle Mayor de Madrid).
Se temía que el triple desafío al
gobierno (militar, catalanista y proletario) desembocara en una revolución
similar a la rusa; pero lo que ocurrió es que el ejército no dudó en ponerse a
las órdenes del gobierno para reprimir la huelga, en lo que empleó tres días, a
excepción de algunas zonas como las cuencas mineras asturianas, en las cuales
el conflicto duró cerca de un mes. El propio coronel Márquez se destacó en la
represión de la revuelta en Sabadell. La intervención del ejército además de
muy violenta con los huelguistas, llegó hasta extremos poco respetuosos con las
instituciones, como fue la violación de la inmunidad parlamentaria de un
diputado republicano, detenido por el Capitán General de Cataluña.16
Mientras tanto, la Lliga, temerosa
de la agitación social, aceptó apoyar a un gobierno de concentración nacional,
promovido activamente por el rey, presidido de nuevo por el liberal García
Prieto y que incluía a Cambó, con el compromiso de celebrar elecciones al año
siguiente (febrero de 1918), cuyo resultado fue incierto, sin mayoría absoluta
de ninguno de los partidos. Esta situación era inédita, puesto que lo usual era
que los gobiernos -monocolores-, que llegaban al poder no por ganar las
elecciones, sino al ser llamados por el rey, prepararan convenientemente las
elecciones (mediante el conveniente encasillado de candidatos, cuya elección
estaba garantizada por el caciquismo y el pucherazo o fraude descarado en caso
necesario) y obtuvieran un parlamento fácil de controlar. En este caso, la
composición multipartidista lo impidió, lo que obligó a un nuevo gobierno de
concentración, esta vez presidido por Maura. Lo mismo ocurrió en las siguientes
elecciones, de junio de 1919. La recuperación del tradicional turnismo no
ocurrió hasta las elecciones de diciembre de 1920, organizadas en solitario por
Dato.
Caricatura del presidente del
gobierno Eduardo Dato aparecida en La Campana de Gracia de Barcelona titulada
"La muerte política del Sr. Dato". El pie dice: "De esta sí que
no te escapas, Eduardito".
Durante agosto de 1917, los
miembros del comité de huelga, entre los que destacaban los futuros líderes
socialistas Francisco Largo Caballero y Julián Besteiro (Pablo Iglesias estaba
en sus últimos años de vida) fueron detenidos, juzgados y encarcelados con una
condena a cadena perpetua, aunque eso no impidió que en las elecciones de
febrero de 1918 todos fueran elegidos diputados. El escándalo de mantener
presos a diputados inviolables condujo a su excarcelación tras una amplia
campaña que contó con el apoyo de intelectuales como Manuel García Morente,
Gumersindo de Azcárate o Gabriel Alomar. Indalecio Prieto había huido a Francia
y pudo regresar a tomar posesión de su acta de diputado (abril de 1918). Otros
presos del comité de huelga fueron Daniel Anguiano y Andrés Saborit. El
republicano Marcelino Domingo fue indultado en noviembre. El resultado en
cifras de la represión fue en total 71 muertos 156 heridos y unos dos mil
detenidos.17
Salieron reforzados tanto el
papel del rey como el del ejército en la vida pública, y la estrecha relación
existente entre ambas instituciones. Aumentó la desafección de amplias capas de
la población (intelectuales, clase obrera, clases medias) frente al sistema
político, que desde finales del XIX venía recibiendo las críticas
regeneracionistas, como las de Joaquín Costa, que pedían un cirujano de hierro.
Esta figura o recurso retórico, de identificación controvertida, finalmente, a
la siguiente crisis de gravedad (el desastre de Annual), sería encarnada por la
institución que se demostró más poderosa: el ejército, concretada en la persona
del capitán general de Barcelona: Miguel Primo de Rivera, que, estimulado por
la burguesía catalana y ante la aquiescencia del rey asumiría todo el poder en
una Dictadura (1923).
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