Las aerolíneas ignoran que Fomento les pida bajar precios

Pastor y Vargas con el director del aeropuerto de Palma.España es en una economía de mercado, por decisión de los españoles. Este tipo de economía, que es la misma que rige en todos los países occidentales, tiene sus reglas. Sin embargo, parece muy probable que ni uno solo de nuestros políticos se ha dado cuenta de ello. Esto es un poco más lógico en la izquierda, siempre tentada por el intervencionismo; pero es inverosímil en la derecha que nos gobierna, en cuyos fundamentos ideológicos aparece la idea del liberalismo. Sin embargo, la actual generación de dirigentes es tan ignorante de sus propios postulados, que hasta presumen de ello. Es por ello que el Gobierno se atreve a participar en ceremonias tan ridículas como la de este jueves pasado, cuando convocó a las compañías aéreas y les pidió que bajen los precios de sus billetes. ¿En este país, los precios se determinan en función de la intensidad de la presión de los gobiernos? ¿A más reuniones, precios más bajos? ¿A menos ruegos ministeriales, tarifas más altas?
 
La convocatoria de esta semana, a la que en el último momento falló la ministra Pastor, es absolutamente propia de la Venezuela de Chaves, con la diferencia de que allí son un poco más consecuentes y, tras el fracaso del encuentro, un grupo de activistas boliviarianos se habría encargado de fijar los precios y, si hay resistencia, tomar las compañías.
 
Economía de mercado quiere decir que cada uno fija los precios libremente, cueste lo que cueste el combustible, los salarios o lo que sea. Y también, haya o no muchos clientes interesados por el producto, otra variable que es clave para entender el mercado. El proveedor determina los precios y asume lo que ello pueda acarrear: que el cliente pueda marcharse y que otras empresas puedan irrumpir en ese mercado y competir. Al final, si el mercado funciona, todo tiende a un precio equilibrado entre oferta y demanda. Lo clave para el éxito de una economía de mercado no es que los precios puedan subir libremente, que eso es simplísimo, sino las contrapartidas: que el cliente pueda marcharse y que la competencia pueda irrumpir rápidamente y competir. ¿Qué función tiene en todo este modelo el Gobierno? Ni más ni menos que hacer que el mercado funcione. O sea, que los clientes estemos informados adecuadamente de los precios, pero sobre todo que podamos cambiar de proveedor sin ser perjudicados, que no se restrinja el acceso de nuevos operadores, y que estos no pacten los precios de forma que dejamos uno y el otro nos cobre lo mismo. Allí donde el mercado funciona, los precios se han mantenido o, incluso, han bajado. Por ejemplo, en la telefonía móvil: cada día es más sencillo llevarse el número a otro operador, cada día las tarifas son más claras, y los precios, por ello, van bajando, sin que los ministros se sienten con las compañías para pedirles nada. En restauración, alimentación y mil otros servicios ordinarios, el mercado también funciona con éxito.
 
Pero esto no sucede en todos los sectores: vean los precios de la energía o de los combustibles. ¿Por qué? Pues porque usted tiene que elegir entre un grupo de proveedores que no son nada transparentes y en cuyos consejos de administración hay más políticos que en las Cortes. Hace unos días tuve que recorrer varias gasolineras y en todas, pese a ser de diferentes empresas, los precios eran idénticos. No, en esto no hay casualidades. Nadie contrata políticos a mansalva a cambio de nada.
 
En la aviación comercial, también hay una historia de resistencia al mercado libre. ¿Durante cuántos años en España sólo podíamos volar con Iberia? Si el vuelo era a Europa, podíamos elegir entre el precio desmesurado de Iberia o el de la rival del país de destino, un céntimo más caro o más barato. Ahí sí que el combustible no bajaba nunca.
 
Nuestros gobiernos de derechas y de izquierdas, al parecer sin saber qué hacían, apoyaron en Bruselas la liberalización del mercado que se inició en 1997. O sea, que pudieran entrar tantos operadores como estén dispuestos a arriesgar su dinero, y por supuesto con precios libres. Esto ha funcionado fantásticamente: en los últimos veinte años, los precios se derrumbaron, gracias sobre todo a Easyjet y Ryanair, lo cual no sólo beneficia a los viajeros de estas aerolíneas sino también a los de las de bandera, que hoy vuelan por la tercera parte de aquellos precios astronómicos. Nada de reuniones con los ministros pidiendo que bajen los precios, nada de ruegos, nada de presiones. Apertura en el mercado y se acabó el robo.
 
Pero ahora este Gobierno ignorante reúne a las compañías para pedirles que bajen el precio de los billetes; el mismo Gobierno que fija los precios astronómicos de Aena y la semiprivatiza para operar en régimen de monopolio. La reunión acabó en fracaso, claro.¿Qué esperaba que le pudieran decir las compañías?
 
Quizás, si vemos quien trasmite el pedido del Gobierno a las aerolíneas entenderemos algo más este espantoso ridículo: se trata de Julio Gómez Pomar, secretario de Estado de Fomento, ex-presidente de Renfe. Gómez Pomar es quien un día decidió bajar la tarifa del Ave a menos de la mitad. Lo hizo mientras Renfe perdía dinero, dinero público por supuesto. El secretario de Estado quizás piense que las compañías aéreas también ponen sus precios tirando los dados, ignorantes de sus costes, de la demanda, del mercado, de la competencia; tal vez crea que en el sector privado, si hay pérdidas pueden llamar a Hacienda para que les ingrese más dinero.
 
Las aerolíneas han sido educadas con el Gobierno y no le han recordado lo del Ave, ni le han preguntado si en compensación pueden pedirle a Hacienda que les baje los impuestos, dado que el Banco Central Europeo va a soltar una millonada; tampoco han hecho crítica alguna porque, ya se sabe, más vale tener al Gobierno tranquilo. Pero Antonio Pimentel, el presidente de la asociación que agrupa a las compañías, dijo que sí, que los precios bajarán en el 2015, pero no porque lo haya pedido el gobierno. ¿Por qué bajarán los precios? Pues porque si funciona el mercado, siempre habrá alguna compañía con costes muy competitivos que querrá poner a una rival contra las cuerdas y repercutirá la bajada del combustible para captar pasajeros en una ruta, en detrimento de la competencia. Pero eso, le dijo Pimentel educadamente al ministerio, no será por la gracia de Pastor, “cada aerolínea hará lo que tenga que hacer, pero los precios los pone el mercado”. Nadie mantendrá precios bajos si lleva los aviones llenos; nadie viajará con asientos vacíos por no bajar los precios; nadie perderá dinero por contentar a Fomento.
 
Al acabar la reunión, el secretario de Estado completó el ridículo al declarar a la prensa que “les hemos comentado [a las aerolíneas] que la caída del precio del petróleo desde mediados de 2014, es una oportunidad para que los ciudadanos puedan beneficiarse (…). Lo que es cierto, es que no entramos en la política comercial de las compañías ni tampoco en la estrategia de fijación de precios”. O sea, por si no se habían dado cuenta, el Gobierno les informa de que el precio del combustible ha bajado. Ya se sabe que esta gente de la aviación no mira los gastos y que los secretarios de Estado se dedican a vocear precios.
 
Mientras, el Gobierno hace dejación de su función de garante del mercado, en la que es irremplazable. ¿Por qué permite que muchas de estas aerolíneas cobren de autonomías, ayuntamientos y otros organismos, para volar a ciertas ciudades? ¿Por qué no vigila que todos operen en igualdad de condiciones, sin ese dinero público que altera la competencia? ¿Se preocupará el ministerio de comprobar que los precios que Air Europa ofrece a las agencias ganadoras del concurso de viajes de la Administración son los mismos que hubiera dado a otra agencia?

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